Les débats, semanario argelino

 

Sin orden ni concierto, con el profesor Yahia Zoubir

Entrevista realizada por Z'hor Chérief, para ser publicada próximamente

traducción por F. Guijarro de
"A bâton rompu avec le Professeur Yahia Zoubir
[Agradecemos al autor que nos autorice a publicar este texto como primicia y al traductor]

 

"La crisis de legitimidad tiene parte de la responsabilidad en la crisis argelina".

Yahia H. Zoubir es profesor de Relaciones Internacionales en la American Graduate School of International Management, Thunderbird, Arizona, Estados Unidos. Es especialista en política económica extranjera de los Estados Unidos, en política comparada y en management internacional (negociaciones y comunicaciones interculturales, medio ambiente regional de los negocios). Es autor también  de numerosas obras y artículos publicados en revistas especializadas de Estados Unidos, Europa y Oriente Medio. En esta entrevista, Yahia Zoubir aborda numerosos temas candentes, que interesan a la vez a Argelia y al planeta, guiándonos con su mirada de experto en relaciones internacionales, para comprender mejor la mundialización y su relación con el concepto de seguridad, así como los desafíos actuales y futuros para los Estados, en particular los países en vías de desarrollo y Argelia.

 

Les Débats: Usted ha participado en el coloquio internacional "Mondialisation et sécurité", que se desarrolló en mayo en el Palacio de las Naciones. ¿Cómo explica que los participantes se hayan centrado sobre todo en el 11 de septiembre, es decir en la visión policial y militarista?

Y. Zoubir: Creo que los participantes, incluso si han puesto más el acento sobre el 11 de septiembre, han debatido de todas formas otros aspectos de la seguridad. Se han acentuado especialmente las consecuencias de la separación entre Norte y Sur en materia de desarrollo. En el taller nº 1, por ejemplo, los participantes han concluido que la mundialización ha dado nacimiento a nuevos riesgos y amenazas, tales como los que se derivan de las disparidades económicas y sociales, el terrorismo, el crimen organizado, la inmigración clandestina, los problemas del desarrollo, el problema de la penuria de agua susceptible de arrastrar a guerras entre Estados, proliferación de armas nucleares y de destrucción masiva, y en definitiva, los conflictos internos (étnicos y de otro tipo). Durante el coloquio, se expresó claramente que incluso el terrorismo es una de las manifestaciones de la mundialización no controlada. Naturalmente, tras el 11 de sepotiembre, lo que prevalece es la vertiente policial y/o militarista. Pero estoy convencido de que antes o después nos inclinaremos más seriamente sobre las causas de algunos flujos sociales a escala planetaria, sin que los países desarrollados sean excepción. Quisiera añadir que a finales de los años 80 y principio de los 90, se habló de los "movimientos de rabia" que aparecieron al caer la Unión Soviética y la integración de Rusia en el movimiento de la globalización. Esa expresión de los "movimientos de rabia" fue inventada por Ken Jowitt en su obra "New World Disorder: The Leninist Extinction", University of California Press, 1992, que hace referencia a esos movimientos internos de revuelta cuyas raíces hay que encontrarlas en la frustración, la marginalización y la perplejidad de sectores enteros de la sociedad. En otros términos, la miseria así como el abandono del "Estado de Bienestar" ocasionaron el nacimiento de grupos que recurrieron a la violencia para expresar su frustración *.

P.- ¿En qué ha consistido su intervención en ese coloquio?

R.- Mi contribución se ha centrado en la política de los Estados Unidos en el Magreb. No se puede comprender esa política sin referirse a su relación con la Francia colonial durante el período de la Guerra Fría. Pienso que la política norteamericana sigue estando marcada por la época de la Guerra Fría: las ideas concebidas durante dicho período no se han disipado aún. Los decisores norteamericanos han conservado una posición un poco fija, Argelia sigue siendo un país del que se desconfía, a causa de sus posiciones sobre Palestina, el Sáhara Occidental, Cuba, Vietnam. Las relaciones privilegiadas entre Argelia y la ex -Unión Soviética durante la Guerra Fría no hicieron nada para arreglar las cosas. Así pues, Argelia es considerada como un Estado radical, mientras que a Marruecos y Túnez se les ve como Estados "moderados", amigos de Occidente e incluso aliados estratégicos. Como ejemplo, en los años 70, Marruecos ha desempeñado el papel de agente de cercanía ("proxy state") para los occidentales en el Zaire o en Angola. Los marroquíes incluso enviaron tropas para defender al régimen de Mobutu.

Estos elementos pueden ayudar a entender la actitud de Estados Unidos hacia Argelia durante el decenio sangriento, especialmente en 1992. La cuestión de la democracia nunca fue un elemento primordial de la política norteamericana en el Magreb, región que nunca representó un centro de interés para los USA, sobre todo cuando se compara a esta región con Oriente Próximo o los países del Golfo. Dado que el pensamiento dominante consideraba que el islam y la democracia son incompatibles y que Europa del Este era más importante, el Gobierno norteamericano no hizo gran cosa para ayudar al proceso de democratización de Argelia (1989-1991). Se dejó esa tarea prácticamente a los franceses: el Magreb ha sido siempre considerado como coto privado de caza para Francia. A causa del islamismo radical, hay que ser prudente en el análisis de la política norteamericana sobre este aspecto, ya que a menudo se tiene tendencia a decir que Estados Unidos ha favorecido al movimiento islamista en Argelia. Nada sería más falso que afirmar que existe una visión monolítica de las cosas en el sistema político norteamericano. Existen dos grandes tendencias: los "confrontacionistas", equivalente a lo que se ha llamado en Argelia los "erradicadores". Esta tendencia se opone radicalmente a que lleguen al poder los islamistas, ya que éstos últimos representan una amenaza para los intereses y la seguridad de Estados Unidos. La otra tendencia es la de los "acomodacionistas", y de alguna manera los "reconciliadores". Éstos veían el ascenso del islamismo como un hecho inevitable en el mundo musulmán. Han defendido la idea de que los islamistas moderados forzarían la democratización de los regímenes autoritarios en esos países. Lo más importante que había que retener era que en el período 1993-1995, algunos oficiales norteamericanos estaban tan convencidos de que el régimen argelino iba a derrumbarse, que se plantearon la posibilidad de establecer relaciones con los islamistas, para evitar una repetición de la debacle norteamericana en Irán, en 1979.

En cuanto al análisis de la estabilidad en la región, pone de manifiesto la contradicción principal de la política de Estados Unidos en el Magreb. Si por un lado se fomenta la integración de  los países del Magreb (la iniciativa Eizenstat), por otro se sostiene la posición de Marruecos en la cuestión del Sáhara Occidental. Este apoyo anima a Marruecos a bloquear la realización del referéndum de autodeterminación. Según eso, el conflicto del Sáhara Occidental representa el principal obstáculo para la integración del Magreb.

P.- En sus últimas apariciones en los medios, sin embargo, usted daba la impresión de ser optimista, en cuanto a la salida del asunto del Sáhara Occidental.

R.- Debo confesar que nunca he sido optimista respecto a la salida del conflicto del Sáhara Occidental. Siempre he mantenido la tesis de que los marroquíes nunca aceptarán, salvo en el caso de presiones serias por parte del Consejo de Seguridad de la ONU, que se mantenga un referéndum libre y regular en el Sáhara Occidental. No tengo ninguna duda, como no la tienen los marroquíes ni sus aliados en el Consejo de Seguridad, en cuanto al resultado de ese referéndum. Es la razón por la cual los marroquíes presentan otras fórmulas que les son favorables y que tienden a ocultar el Derecho Internacional, así como todas las resoluciones tomadas por la comunidad internacional en relación con la cuestión saharaui. He mostrado un poco más de optimismo en el mes de febrero último, por las razones siguientes: la ONU había identificado claramente a Marrurecos como la parte que obstaculiza la aplicación del proceso refrendario en el Sáhara Occidental. La tercera vía ya no era retenida como solución de "última posibilidad". Los argelinos habían abandonado toda ambigüedad en cuanto a su posición. Los Estados Unidos, la única potencia mundial existente, declaraban que querían un Magreb estable. Pero desde entonces se han desarrollado algunos acontecimientos que han cambiado la situación. La visita de Mohammed VI a Washington ha sido respaldada por los saudíes. La presión ejercida por el príncipe Sultan Bendar, embajador de Arabia Saudí en Washington, ha sido muy eficaz. Es cierto que la maniobra ha fracasado al nivel del Consejo de Seguridad, pero cabe plantearse algunas preguntas. No es el posible descubrimiento de petróleo lo que va a cambiar la posición de Estados Unidos: sus intereses petrolíferos y del gas se encuentran en Argelia. El lobby saudí está en buena pista, pero no lo suficiente. La explicación hay que buscarla en otra parte. Es evidente que ni Estados Unidos ni Francia desean que se reanuden las hostilidades en la región. Entonces, ¿por qué quieren imponer esta "tercera vía", si saben perfectamente que no sólo se oponen Argelia y los saharauis, sino también la mayoría de la ONU? Ahí existe un misterio.

P.- ¿Por qué es tan importante para Argelia y el conjunto magrebí el que se solucione de forma justa y ordenada este expediente?

R.- Para los argelinos este asunto tiene varias dimensiones. Ante todo, es una cuestión de seguridad nacional. La anexión del territorio saharaui por Marruecos, con la bendición del Consejo de Seguridad de la ONU, no haría más que reavivar el irredentismo marroquí. No hay ninguna duda de que los saharauis volverían a tomar las armas con todas las implicaciones que ya se saben. El Magreb sufriría enormemente. Quién se atrevería a hablar de unidad magrebí después de eso, sin contar con los perjuicios económicos que supondría para el desarrollo de Argelia y de Marruecos. El asunto del Sáhara Occidental es también importante para Argelia desde un punto de vista psicológico e ideológico. Al ser la causa saharaui una cuestión de descolonización, los argelinos no pueden dejar de identificarse con ella. Además, la diplomacia argelina ha invertido recursos y hombres en apoyar esta causa, que se apoya en la legalidad internacional. La identidad de los marroquíes, en estos últimos decenios, se ha construido sobre la base de su diferencia, incluso su enemistad respecto a Argelia, así como contra los saharauis. Por otra parte, se puede encontrar un análisis detallado de esta perspectiva en el artículo de Nizar Messari: "National Security, the Political Space, and Citizenship: The Case of Morocco and the Western Sahara", en el "The Journal of North African Studies", vol. 6, nº 4 (winter 2001), págs. 47-63. Esto complica bastante las cosas. Naturalmente, las riquezas haléuticas y del fosfato representan un hecho considerable para los marroquíes también. Las inversiones que han hecho en el territorio ocupado son la prueba de ello.

P.- ¿Comparte usted la idea de que sólo el recurso a las armas podrá traer la independencia a los saharauis?

R.- El pueblo saharaui tiene derecho, reconocido por la comunidad internacional, a la autodeterminación. Si se le niega ese derecho, es legítimo que escoja cualquier otra vía para liberarse. Naturalmente, reanudar la guerra tendría consecuencias incalculables para la región y es por eso que ni Francia ni Estados Unidos obligarán a los saharauis a aceptar su integración en el reino cherifiano, por amplia que sea. Cabe esperar que la ONU no llegue a empujar a los saharauis a que vuelvan a las armas, como única elección para liberar su territorio.

P.- En su calidad de especialista en relaciones internacionales, ¿cuál es su apreciación sobre la calidad de las relaciones e intercambios entre los países del norte y del sur?

R.-  La globalización, definida como nueva etapa del neo-liberalismo, ha tenido importantes efectos positivos, tales como un mejor acceso a las telecomunicaciones, por ejemplo. Algunos indicadores muestran que ha habido también una mejora cierta en la esperanza de vida, un descenso de la mortalidad infantil, un aumento de las rentas por habitante, una baja de la tasa de analfabetismo. Pero ¿acaso la globalización ha acabado con la pobreza y la miseria en los países del sur? No. Como ejemplo, el Banco Mundial ha estimado que el número de personas que viven con el equivalente de un dólar USA por día ha pasado de 1'2 miles de millones en 1987 a 1'5 en 1997. En 1998, la FAO mostró que casi mil millones de personas sufrían de malnutrición crónica. Incluso en los antiguos países socialistas, se ha asistido a un aumento de la pobreza en los años 90. El final del Estado-providencia en numerosos países, Argelia incluida, ha contribuido a la pauperización incluso de las capas medias. La reestructuración, cuyo objetivo es favorecer el capitalismo global, ha acelerado el proceso. Queda por determinar si esto no es más que un paso necesario, un período de transición, antes del advenimiento de las condiciones de prosperidad, como mantienen los neo-liberales, o bien es posible que el ajuste estructural afecte inevitablemente a las capas menos favorecidas. Los nuevos avances del comercio internacional no han detenido el deterioro de los términos del intercambio, sino al contrario. ¡Los precios de las materias primas están en sus niveles más bajos desde 1930! La liberalización de cambios y la retirada de tasas, en el contexto del reajuste estructural, han desfavorecido mucho a los países del sur. La crisis de la deuda no permite a los países del sur remontar su pobreza, que no deja de crecer. Algunos análisis indican que el Estado-nación constituye un material de mundialización, que es preciso salvaguardar y reforzar. Otros señalan que este concepto contradice la naturaleza misma de la globalización, que debilita la soberanía nacional, las barreras aduaneras, la autoridad al nivel de fronteras y las economías locales.

P.- ¿Cuál es su parecer sobre esos dos conceptos? 

R.- No hay ninguna duda de que la proliferación de las relaciones supra territoriales plantea un desafío al Estado territorial. Pero decir que el Estado-nación ha muerto o que debería dejar de existir es una utopía. ¿Acado no son los Estados los que han creado los marcos reglamentarios de la mundialización? Los Estados siguen desempeñando un papel considerable y decisivo en el proceso de la mundialización. El Estado y la mundialización no son antitéticos. Las relaciones supra territoriales no se hubieran desarrollado nunca si los Estados no hubieran animado el proceso. Mundialización y Estado son compatibles y son, de hecho, co-dependientes, incluso si el crecimiento de las redes transnacionales ha transformado la naturaleza del Estado. Las condiciones materiales del fenómeno de mundialización han transcendido la geografía territorial. Las nuevas tecnologías, los medios de todo tipo, los medios de comunicación electrónicos han reducido la capacidad de control de los ciudadanos por los Estados. Estos últimos no pueden tampoco ejercer su autoridad completa sobre las asociaciones transfronterizas o sobre las compañías globales. Los Estados intervienen sobre el comercio mundial, pero no lo controlan. Incluso los Estados más poderosos no tienen soberanía, en lo que respecta a las tasas de cambio por ejemplo. Uno se pregunta si los Estados tienen una autoridad real sobre los flujos financieros globales que transitan a través de sus territorios. Eso no quiere decir que sean los Estados los que hayan hecho posible la mundialización, ya que los marcos reglamentarios sub-estatales y supra-estatales, así como los órganos de los mercados han contribuido también a que exista un marco de gobernabilidad necesario. Así pues, el Estado seguirá desempeñando un papel importante. La cuestión es saber cómo el Estado, que no puede impedir el avance de la mundialización, utilizará las diversas opciones para gestionar la velocidad y la dirección del proceso de globalización. El problema que se plantea, de hecho, es que el Estado-nación sirve a menudo a los intereses del capital global, además de al capital territorial de la nación, si es que no actúa en lugar de éste. Muchos Gobiernos son cada vez más receptivos a las demandas de las compañías globales, de los mercados financieros globales, de los grupos de medios de comunicación y telecomunicaciones supra territoriales. A menudo, estos Gobiernos tienen miedo, ya que si no ofrecieran sistemas fiscales ventajosos, el capital global los evitaría, marchándose. No tiene más que ver el número de países que han liberalizado sus economías en los años 90, para atraer inversiones extranjeras.

P.- ¿No cree que las dificultades que viven los Estados "jóvenes" son responsabilidad de Occidente, que les habría impedido integrarse en el proceso de mundialización?

R.- La responsabilidad del Occidente colonizador es indiscutible. Pero no hay que negar tampoco la responsabilidad de los dirigentes de estos Estados "jóvenes", que han puesto en práctica sistemas inadecuados para responder a las necesidades de sus poblaciones.

P.- ¿No teme usted, como algunos, que el terrorismo islamista sirva de coartada a los Estados Unidos y a otras potencias occidentales para colocar a los hombres que quieran en el espacio árabe-musulmán, aplastando toda resistencia y oposición internas, y dominar mejor así a esos Estados?

R.- Absolutamente. El mejor ejemplo es Palestina. Pero está también Irak y muchos otros países, a los que se quiere atacar bajo pretexto de la lucha antiterrorista. Pero colocar a hombres odiados por sus poblaciones para aplastar la resistencia y oposición internas y mejor dominar los Estados es verdaderamente peligroso, ya que cuanto más sean sostenidos esos hombres por los EE UU, más se convertirán en blanco de todos los descontentos del mundo. Esta vez, ya no serán los marginales que se enfrentarían a los EE UU y al Occidente, sino los intelectuales, salidos de las clases medias y a los que semejante política hará radicalizarse.

P.- ¿Puede hablarse hoy de que exista una amenaza sobre la estructura de la ONU y el riesgo de que estalle?

R.- Es difícil de decir si nos dirigimos hacia una nueva organización internacional. Lo cierto es que la ONU tiene necesidad de un proceso de democratización. Pero una vez más, el unilateralismo no permitirá a la ONU desempeñar su papel, sobe todo con el equipo actual que hay en la Casa Blanca. Mientras no exista contrapeso real, tenemos el peligro de vivir momentos de "ley de la jungla", como es el caso de Palestina. Hay voces que se han elevado ya para que Europa haga contrapeso a la hegemonía de EE UU. Pero hasta el momento, los esfuerzos de los europeos para encontrar una política de defnsa y seguridad común no se han consolidado. En cuanto a Rusia, el estado actual de su economía, sobre todo, no le permite oponerse a la potencia norteamericana de forma efectiva.

P.- La administración Bush se ha pronunciado ya sobre la creación de un Estado palestino. ¿Dónde se sitúa entonces el nudo del problema?

R.- Que la administración Bush se haya pronunciado a favor de la creación de un Estado palestino no significa gran cosa. El apoyo obtenido por Sharon en el Congreso norteamericano ata las manos de la administración, suponiendo que desee de verdad el nacimiento de un verdadero Estado palestino, con fronteras reconocidas. Los israelíes quieren en Palestina nada menos que un sistema del tipo apartheid. El nudo del problema está ahí. Israel goza de tal apoyo por parte de Estados Unidos que es impensable que se le pueda obligar a que acepte sea lo que sea. El ejemplo de la misión de la ONU fracasada es la mejor ilustración de ello. Hay que decir que en la tragedia del pueblo palestino tiene mucha parte también la debilidad, así como la cobardía de numerosos países árabes.

P.- ¿No sería más justo hablar de dos mundializaciones: una entre los poderosos y los débiles, y otra de signo humano que está por crearse aún?

R.- No hay ninguna duda de que una mundialización humana, es decir una mundialización que beneficiase a todo el mundo, que eliminara las desigualdades sociales, está aún por hacer. Hay que pensar también en la seguridad humana que no implica únicamente las cuestiones materiales, militares, ecológicas y económicas. Hay que pensarla en sus dimensiones psicológicas y culturales. En esta perspectiva, el aspecto identitario es vital. Pero ¿qué sería la identidad sin una cohesión social? Un sentimiento de identidad segurizada está estrechamente ligado a un sentimiento securitario de pertenencia.Para que exista una cohesión social, sería preciso que una persona pueda a la vez recibir y dar su apoyo a una colectividad más extensa. La cohesión social en el interior de los Estados, así como a nivel planetario, ha sufrido con la mundialización. La proliferación de las renovaciones étnicas, la xenofobia y demás reacciones a la mundialización, son la mejor ilustración de todo ello. Hasta las solidaridades no territoriales se basan a menudo en una exclusión de "el otro", es decir de otra clase, de otra raza distinta, etc. Es un tema que, con toda evidencia, merece un debate más amplio.

P.- Pero entonces, ¿qué ha cambiado de verdad en el mundo?

R.- El mayor cambio habido en el mundo ha sido evidentemente la caída de la URSS y sus satélites. La transformación de un mundo bipolar en uno unipolar es el otro gran cambio. En este mundo unipolar, Estados Unidos domina el mundo de una forma nunca vista antes en la historia de la humanidad. La potencia nortemericana no tiene igual en todos los puntos de vista, militar sobre todo. Europa no da la talla, Rusia es una "potencia" nucelar pobre. China no tiene aún los medios para aspirar a un papel de hegemonía en el mundo. Lo más peligroso de todo eso es el unilateralismo que exhibe Estados Unidos. La administración del presidente Georges W. Bush está dominada por "halcones" que han sobrevivido a la Guerra Fría. A menos que se dé una multipolarización que podría hacerse a través de los sistemas regionales, asistiremos a situaciones trágicas. Pero en definitiva, el mundo de las desigualdades no ha cambiado mucho. El abismo entre los países del Sur y los del Norte se ha acentuado, mientras que el liberalismo económico promete una prosperidad a todo el planeta. La interdependencia entre los países no ha producido una solidaridad entre el Norte y el Sur. Todos los indicadores económicos y sociales muestran que los países del Norte conocen una mayor prosperidad, mientras que los del Sur viven un deterioro de su situación. Para el caso argelino, me parece que los actores sociales hubieran debido participar, más de cerca, en las negociaciones con la Unión Europea, para crear un consensus en cuanto a la adhesión al acuerdo de asociación así como a la OMC. Hay que ver en qué medida la liberalización de las tarifas aduaneras va a afectar a algunos sectores de la economía argelina.

P.- ¿A qué nivel se sitúan las nuevas batallas que deben acometer los países del Sur?

R.- Los países del Sur deben negociar inteligentemente su integración, ineludible, en la globalización. ¿Lo harán a través de los grupos regionales? Para conseguirlo, deben democratizar sus sociedades y permitir la expansión de la sociedad civil y de los ciudadanos. El Estado debe desempeñar su papel de redistribuidor de la renta nacional. Debe también crear las condiciones para la creación de riquezas y poner en práctica un sistema fiscal renovado. En otros términos, el Estado debe crear el ambiente necesario para atraer las inversiones. Una refundición del Estado que tenga en cuenta la globalización le permitirá delimitar sus funciones de regulador. Lo que es cierto para un país como Argelia, por ejemplo, es que es necesario un sobresalto nacional: una democratización que tenga en cuenta las realidades nacionales ciertamente, pero una verdadera democratización es una necesidad absoluta. Para resumir, las batallas para el desarrollo nacional van a ser aún más duras que en el pasado. La competencia entre países del Sur para atraer a los inversores extranjeros será sin cuartel.

P.- ¿Cómo explica usted entonces la impotencia actual del Estado argelino y el rechazo, por una parte importante de la población, de todo lo que simboliza al Estado?

R.- La crisis argelina es muy compleja. Pero lo que es evidente es que las autoridades no han tenido ni el valor ni la voluntad de continuar un proceso de democratización que hubiera permitido a los ciudadanos participar más activamente en la vida económica del país. En lo que respecta a la globalización, la ausencia de reformas tangibles del sistema bancario, por ejemplo, así como la hipertrofia de la burocracia, siguen desanimando a los inversores extranjeros. La crisis de legitimidad es responsable en gran parte de la crisis argelina. Si una parte importante de la población rechaza todo lo que simboliza el Estado, es que el Estado tiene un problema. La impresión que se tiene cuando se visita Argelia es que el sentimiento nacional ha desaparecido. La juventud argelina no tiene ningún conocimiento de la historia de su país o de sus héroes. Queda mucho trabajo por hacer en ese campo.

P.- ¿Una última palabra?

R.- Argelia es, ciertamente, un país en crisis, pero tiene capacidades para renacer. El país tiene recursos naturales apreciables. Pese al desmantelamiento de las empresas nacionales, sigue existiendo una base industrial bastante consecuente. Las potencialidades humanas nacionales existen también, ya sea que estén en Argelia o en el extranjero. Estoy convencido de que democratización real y la adopción de una política que favoreciese la integración de la juventud argelina en un proceso de desarrollo nacional, permitirían a Argelia salir de la crisis. Es esencial una reforma del sistema educativo, si el país quiere dar a la juventud una apertura al mundo moderno.

* Para más detalles, léase Yahia H Zoubir, "State an Civil Society in Algeria", en la obra "North Africa in Transition, State. Society and Economic Trasformation in the 1990s", University of Florida, 1999, págs. 29 a 42.


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