"Wathiqat
Al-Asir"
EL ACTA DEL PRISIONERO
por
Huneifa ibnu Abi Rabiaa
Dedicado a los 66
ex prisioneros
de guerra saharauis.
-- Din, don, din. Aquí London.
-- Son las 4:00 p.m. hora de
Grenwitch de hoy 02-10-1985.
-- Estimados oyentes, comienza
nuestro informativo:
"El gobierno socialista de Felipe González, ha expulsado, en el
día de hoy, al representante del F. POLISARIO en España,
D. Ahmed Bujari, después de haber cerrado su oficina en
Madrid. A esta hora, el Sr. Bujari, que tiene la orden de abandonar
España en un plazo inferior a 24 horas, se encuentra desde
anoche en el aeropuerto internacional de Barajas de donde saldrá
probablemente hacia París, porque hacia Argelia no hay vuelo
hasta pasado mañana ".
Omar, con el volumen de su transistor en el umbral mínimo de
audición y la respiración contenida, gira aún
más la rueda del volumen hasta apagar la radio.
Pasada ya la medianoche, el guardia de la prisión pasa la
última revisión y golpea la puerta de la celda de Omar.
- Omar contesta: presente.
El silencio invade el recinto y acto seguido, Omar, vuelve a sacar su
transistor, que llevaba varios días celosamente guardado, lo
coloca pegado a la oreja izquierda, la derecha es sorda, y sintoniza,
con un volumen apenas audible, la voz de Sahara Libre. Pero ésta
no dice nada de la información ofrecida, al mediodía, por
la radio de la BBC en árabe. Entonces, apaga la radio y se tumba.
Tirar de la memoria es algo que lleva haciendo desde finales de
diciembre de 1980. Una celda de poco más de dos metros de largo
por uno y medio de ancho y dos de altura, en medio de la oscuridad
eterna, ciertamente, ofrece escasas alternativas al ejercicio de la
memoria. Su cuerpo, casi esquelético, sobradamente torturado,
ajado y castigado ya no le merece mayores atenciones. Su
preocupación fundamental es ejercitar su memoria para no perder
la cabeza.
Ya caída la noche, la noticia ofrecida por la radio London sigue
rondando en su cabeza, pero al final, el nombre de Madrid, por
asociación, recrea en su imaginación los recuerdos de sus
felices años setenta en Canarias, Barcelona y Bilbao. Su melena,
sus pantalones de pana y la música de las discotecas.
Esa noche se acurrucó, para dormir, recordando su viaje a
Canarias a principios de 1973 en busca de trabajo y oportunidades. El
trabajo en la obra, los barracones donde dormía levantados en
mitad de la propia obra, la hostelería, la lejanía de la
familia, las visitas a aquél lejano Aaiún colonial, la
alegría de su familia cuando volvía y su tristeza cuando
se marchaba de vuelta a Canarias, etc, etc, etc. Esos recuerdos le
llevan a seguir en vela recordando que en 1974, cuando la crisis
económica arreciaba en las Canarias, el trabajo escaseaba y la
colonia saharaui se redirigía a Barcelona, Bilbao y las minas
del carbón en Castilla León.
En su plena juventud ya había cruzado el Atlántico sin
más medios que un castellano bastante rudimentario y unos
doscientos duros. Ya en la península siguió encontrando
trabajos, generalmente en la obra o en la hostelería, hasta que
un día, en el tajo, lo invadió un dolor intenso. Fue
ingresado en el hospital y operado de apendicitis. Durante los diez
días que duró su ingreso, no lo visitó nadie, a
excepción de una tal Ana, estudiante de medicina, que por
entonces era amiga de alguno de los jóvenes saharauis que
estudiaban en las universidades de Barcelona. Fue durante su estancia
en la península cuando empezó a oír hablar del
Frente POLISARIO.
A la mañana siguiente, se levantó ansioso por contar la
noticia al resto de compañeros de cárcel. Y en el
único momento del día en que podía ver el sol, un
escaso cuarto de hora alrededor del mediodía, en un
diálogo que tenía más de mímica que de
susurros, informó a sus compañeros de presidio que,
según Radio London, la Representación del POLISARIO en
Europa, con sede en Madrid, había sido clausurada por
decisión de Felipe González. Enseguida la noticia se
propagó a todo el colectivo de prisioneros de Kenitra conocida,
entre los saharauis, como Legneitra.
A la noche siguiente, sintonizando la Voz de Sahara Libre, se
enteró de que unos seis pescadores españoles y el
cadáver de un contramaestre estaban en manos del POLISARIO y que
iban a ser entregados a las autoridades españolas en Argel.
Entonces, intuyó que, en alta mar, sus compañeros, ex
compañeros, de armas habían realizado una
operación con éxito. Y que tal suceso debió ser la
excusa esgrimida por Felipe González para expulsar al
representante del POLISARIO en Europa.
Mucho antes, a finales de diciembre de 1980, en mitad de la noche y en
el Atlántico próximo a Bojador, Omar había
caído prisionero en una incursión marítima mal
planeada. Justo en el momento en que comenzaba la maniobra del abordaje
y la lancha fueraborda de su unidad había lanzado sus cuerdas
por la aleta estribor de la popa, los oficiales marroquíes se
percataron de la operación y dispararon en su dirección,
obligando a dos de sus compañeros a soltarse de las cuerdas y a
saltar al agua hiriendo al conductor, todo ello, después de que
Omar hubiera saltado a bordo del buque.
Consciente de que el buque se dirigía mar a dentro a toda
velocidad, Omar se dio cuenta de que había caído en manos
del enemigo y se preparó psicológicamente para dos
situaciones posibles: muerto o prisionero. Escondido en lo alto del
buque, solo y mirando el cielo estrellado del Atlántico,
preparó toda la estrategia con la que debería afrontar
el, para él desconocido, hecho de caer prisionero. Ya
amaneciendo se dio cuenta de que había otro buque militar
alrededor del suyo. Lo detuvieron, le vendaron los ojos, lo pisotearon,
lo abofetearon, lo maltrataron, lo esposaron y lo trasladaron, junto al
cadáver de un oficial marroquí muerto de un disparo suyo,
al otro buque. Lo llevaron a Dajla. Ahí fue torturado e
interrogado sin que le quitaran ni las esposas ni las vendas que
llevaba sobre los ojos. Luego lo subieron en un helicóptero, lo
tiraron en el suelo de la aeronave, lo ataron y lo llevaron a Agadir.
En Agadir empezó de nuevo la tortura y el interrogatorio.
Ahí experimentó, en carne propia, la enorme capacidad del
hombre para inventar técnicas para la tortura. Y se dio cuenta
de algo mucho peor para él: los oficiales que lo interrogaban
disponían de muchísima más información de
la que él suponía que debían saber, poniendo en
serio peligro toda la estrategia que él había estado
preparando aquella madrugada en la cubierta del buque, antes de su
detención. En efecto, los oficiales de la inteligencia
marroquí, disponían de tal información que
llegaban a preguntarle por todas las personas que él pudiera
haber conocido. Le preguntaban, pronunciando los nombres, por sus
familiares, sus vecinos, sus amigos y hasta por los líderes del
POLISARIO. Menos mal que el esquema central de la estrategia que
había preparado consistía en afirmar que llevaba cinco
años viviendo en un centro alejado de toda actividad, en mitad
del desierto.
Después de tres semanas interminables de tortura, fue conducido
a su celda en una cárcel de Agadir. Ahí se da cuenta de
que había otros cuatro prisioneros de guerra saharauis. Y a
medida que iban pasando los años, se fueron incorporando a su
infierno nuevos prisioneros de guerra. El caso más
trágico que recordaba era el de un joven soldado de diecinueve
años al que trajeron a la cárcel completamente
enloquecido, como consecuencia de un disparo en la cabeza. Estuvo fuera
de sus cabales durante tres meses, creyendo que estaba hospitalizado en
un centro en Argelia y gritando que le trajeran a Brahim Gali,
comandante de la Segunda Región del Ejercito Saharaui, para
hablar con él. Cuando recuperó la cordura, sus
compañeros dudaban de si, en ese infierno, era mejor estar
cuerdo o estar loco. Aparte de este joven soldado, los ocupantes de las
dos celdas contiguas a la de Omar, tenían algo especial que
añadir a la dramática historia de los prisioneros de
guerra saharauis: Jatri, el ocupante de la celda derecha, había
caído prisionero de guerra en abril de 1977 en los alrededores
de Hasi Lebgar, más allá de la pared del Adrar mauritano,
durante la guerra que se libró contra Mauritania, sufriendo en
sus carnes la legendaría crueldad de las cárceles
mauritanas. Y, al igual que él, Saleh, el ocupante de la celda
izquierda, también había caído prisionero en 1977,
durante una incursión a la vía férrea que
transporta el hierro desde Zuerat a Nouadhibou. Pero ambos fueron
liberados en 1979, después de los Acuerdos de Argel que
ponían fin a la guerra entre Mauritania y el Sahara Occidental.
Hasta 1984 y dada la crueldad con la que eran tratados, Omar, no
tenía indicio alguno para pensar que sus carceleros eran
personas humanas. Cuatro interminables años, con sus días
y sus noches, en los que nunca habían visto el sol, ni se
habían cambiado de ropa ni una sola vez. Se vestían con
una camisa y un pantalón corto ya roídos y llenos de
piojos. Nunca se habían lavado y dormían directamente
sobre el suelo junto a sus excrementos y orines y sin más
compañía que un ejército de ratas, topos y
cucarachas.
Marruecos, para eludir tratarles como tales prisioneros de guerra, en
ello le iba el reconocimiento oficial de la existencia del Frente
POLISARIO, se había negado siquiera a declarar su existencia. Y
cuando alguien no consta a los humanos, parece que su existencia y
cuidados tampoco le constan a Dios. Por lo que la crueldad con la que
eran tratados lindaba con los márgenes remotos de la capacidad
de imaginación del hombre.
Pero más tarde, en 1985 Marruecos, quizás debido a la
presión internacional, había procedido a juntar en una
misma cárcel a los dos grupos de prisioneros de guerra saharauis
que tenía en su poder. En total, un grupo de 72 hombres de
distintas edades que habían caído prisioneros en manos de
Marruecos, estaban en dos bloques de celdas individuales, en unas
condiciones de vida que distaban mucho de lo que aconsejan los Tratados
Internacionales sobre el tratamiento de los prisioneros de guerra.
Nadie sabía nada de ellos. El POLISARIO había tocado las
puertas de todas las organizaciones internacionales para averiguar su
paradero, pero nadie ofreció, nunca, pista alguna sobre ellos.
Algunas de las esposas de los presos habían solicitado a los
jueces saharauis que declararan la muerte o la desaparición de
sus maridos para poder contraer nuevas nupcias. Algunas llegaron a
casarse y procrear en la creencia de que sus maridos ya no estaban en
el mundo de los vivos.
A finales de 1985, Marruecos inició una nueva fase para seducir
a los prisioneros. Intentó reducir la crueldad con la que eran
tratados. Al menos empezaron a ver el sol durante un cuarto de
hora al día en un recinto a cielo abierto, de 20 metros de largo
por 15 de ancho. Para entonces ya era visible la intencionalidad de
Marruecos para atraerse la voluntad de un grupo de hombres que le
estaban generando más problemas de lo que pensaba. Entonces les
visitó en la cárcel una Comisión Real que les
ofreció la posibilidad de pedir el indulto real,
garantizándoles que les iba a ser concedido, tan pronto como
admitieran que era marroquíes y se comprometieran a quedarse en
Marruecos. La oferta además, venía aderezada con elevadas
sumas de dinero, buenos trabajos, casas, coches, etc. Delante de esa
misma Comisión Real, expusieron que aceptarían ser
liberados, únicamente, si era para ser devueltos al Frente
POLISARIO o puestos a disposición de las Naciones Unidas. A
partir de entonces, se les invitaba continuamente a pedir el indulto
real. Pero ellos, los 72 prisioneros, rechazaron una y otra vez la
petición del indulto, muy a sabiendas de que detrás de
cada rechazo venía una sesión de torturas, jornadas
seguidas sin ver el sol y el aislamiento individual en las celdas sin
poder hablar entre ellos. Ciertamente, en raras ocasiones la conciencia
del género humano soporta un examen tan severo. Quizás su
inquebrantable fe en la justicia de la Causa por la que habían
caído prisioneros era de tal magnitud que les impedía
traicionarla.
Para soportar semejantes niveles de represión, los prisioneros
de guerra saharauis habían creado la conocida como "Wathigat
Al-Asir" o "Acta del Prisionero", documento que recogía sus
convicciones más íntimas y que cada cual se había
copiado a mano como podía. Todos la leían y la
volvían a releer para identificarse con el grupo. En dicho
documento se aludía a las técnicas para afrontar los
interrogatorios y todos los derechos del prisionero de guerra.
Entre ellos el clima de relaciones humanas creado condensaba lo mejor
de la amistad, la hermandad y el verdadero amor al prójimo.
Todos enseñaban a todos. Todo el que podía enseñar
algo lo hacía. Todas las materias del universo de la
Cárcel de Legneitira, desde conocimientos básicos de
fauna y flora hasta teología coránica, pasando por el
cálculo, la gramática y las lenguas árabe,
español y francés, se lo enseñaban unos a otros.
En cierta medida también habían reproducido el orden
jerárquico que tenían cuando estaban en sus unidades de
combate. De modo que su portavoz era el que mayor rango había
ostentado en el frente de guerra.
Pero el año clave iba a ser el año 1991. Ese año
Marruecos comenzó a permitir las visitas familiares y
organizó una gira tal que las ciudades del Sahara ocupado
recibieran cada una a los prisioneros de las que eran originarios.
Así en Dajla, Bojador, Smara y El Aaiún, se montaron unos
campamentos para recibir a los prisioneros. Ellos, los prisioneros de
guerra, uniformados por "Wathigat Al-Asir", impusieron la
condición de que no se le prohíba a nadie visitarles. Y
además se auto impusieron la medida de no hablar ni saludar a
nadie de los que se hubieran pasado del POLISARIO a Marruecos. Durante
aquellos días, en las distintas ciudades del Sahara y ante la
vista de todo el público incluso el saludo le era negado a todos
los traidores de la Causa.
************
*******
-- Din, don, din. Aquí London.
-- Son las 4:00 p.m. hora de
Grenwitch de hoy 21-10-1996.
-- Estimados oyentes, comienza
nuestro informativo:
"A media mañana de hoy, y
gracias a la mediación de la Embajada de EE.UU. en Rabat y la
Cruz Roja Internacional, un avión cedido por Alemania
transportó, desde la ciudad marroquí de Agadir hacia los
Campamentos de Refugiados Saharauis en Tinduf, al grupo de prisioneros
de guerra del Frente POLISARIO que Marruecos mantenía en
cautividad.. En total ha sido un grupo de 66 prisioneros de guerra
puestos en libertad".
[ver como lo relato arso semana
44/96]
Jatri, el padre de Omar, que desde antes de la invasión de
Marruecos vivía y seguía viviendo en El Aaiún,
pasó sus manos por los ojos y apagó la radio.
En efecto, sobre las once de la mañana, el grupo de prisioneros
de guerra saharauis, estaba en formación listo para embarcar en
la aeronave alemana con destino a Tinduf. Para asombro del personal de
la Cruz Roja encargado de su liberación y traslado, hasta ese
instante el grupo entero no había mostrado el más
mínimo indicio de alegría. Ni una sonrisa, ni un grito de
libertad ni nada por el estilo. Curtidos ya por más de
dieciséis años de cárcel, mantenían la
serenidad y la calma.
Y aterrizaron en Tinduf. Vehículos oficiales los trasladaron al
Centro de "Enjeyla", recorriendo en su trayecto columnas enteras de
vehículos, hombres, mujeres, ancianos y niños
dándoles la bienvenida.
Después de los pertinentes recibimientos oficiales, en los
días sucesivos, y como correspondía a un hecho de tal
envergadura, recorrieron las distintas "wilayas", "dairas" y regiones
militares, envueltos en la aureola de auténticos héroes.
No sin antes haber sido oficial y puntualmente informados sobre los
cambios copernicanos, en los aspectos social, político, civil,
militar y económico, que la sociedad saharaui en el exilio,
había experimentado durante su larga ausencia.
Ahora que habían recuperado la libertad tantas noches
soñada, cada cual se dirigió a su familia para disfrutar
en la intimidad, de esa libertad y, algunos, saborearla.
Omar, no tenía familia alguna en el exilio. Su madre
había fallecido cuando él aún era niño y su
padre había contraído nuevas nupcias y estaba en El
Aaiún ocupado. De modo que se dirigió a la jaima de un
tío materno en el Centro 27 de febrero, por ser el familiar
más próximo.
Reincorporado nuevamente a una unidad militar del sur, pasaron los
años y le volvió con fuerza la necesidad de emigrar,
quizás producto de esos cambios copernicanos de los que
había sido oficialmente informado y que él mismo
había ido observando sobre el terreno.
A finales del año 2003, se trasladó a la ciudad mauritana
de Zuerat y ahí inicia su nuevo periplo hacia las Islas
Canarias. El pasaporte, el visado, el trabajo en la obra, en la
hostelería, volvieron sobre un cuerpo ya castigado.
Con ayuda de "Wathigat Al-Asir" había conseguido vencer a
Marruecos, pero nada ha podido hacer, ya en libertad, para no resultar
vencido en Tinduf.
Para su desgracia, los mismos principios que le empujaron a rechazar
las peticiones de indulto real tantas veces ofrecido cuando estaba
prisionero, volvían a perturbar su conciencia cada vez que
intentaba poner su cabeza sobre la almohada. Al fin y al cabo, ahora,
que ha vuelto a emigrar, al igual, que antes cuando estaba prisionero,
las lágrimas siguen ajando las mejillas de El Aaiún.
Huneifa ibnu Abi Rabiaa
Febrero de 2008 - Poemario por un
Sahara Libre
[ARSO HOME]