El País Digtal Viernes 26 septiembre 1997 - Nº 511

Baker y el Sáhara Occidental. Una nueva dinámica

AHMED BUJARI

Las perspectivas de una solución justa y definitiva en el Sáhara Occidental, tras las negociaciones de Houston y sus resultados, son reales. Y aunque la prudencia es de rigor, se puede decir que a finales del próximo año se celebrará el tantas veces aplazado referéndum de autodeterminación, que debe culminar o con la emergencia de un nuevo Estado en el norte de África o con la extensión hacia el sur de la frontera marroquí. No hay duda alguna de que un referéndum justo y libre, condiciones sobre las que ha insistido de manera incansable el mediador James Baker, conducirá a lo primero.

Houston fue la etapa final de una serie de negociaciones directas entre Marruecos y el Frente Polisario que se habían iniciado el 23 de junio en Lisboa, continuaron en Londres y de nuevo en Lisboa, concluyendo el 16 de septiembre en la capital del Estado de Tejas. Esta última ronda tenía una importancia crucial no sólo por el tema central de la agenda -código de conducta y periodo transitorio-, sino también por el hecho de que de sus resultados dependía la convalidación de los acuerdos anteriores. A su vez, de esta convalidación dependía la continuidad o no del esfuerzo de las Naciones Unidas para culminar su misión en el Sáhara Occidental.

Las negociaciones de Houston no fueron fáciles. Conocieron momentos de tensión muy serios que fueron superados por el mediador sólo en las últimas horas del último día.

Las declaraciones de James Baker a la prensa internacional, anunciando que las dos partes habían alcanzado un acuerdo general que incluye los temas de Houston y todos los anteriores, dieron la vuelta al mundo. Sin infravalorar la inteligencia desplegada por los negociadores marroquíes y saharauis, el éxito hubiera sido imposible de no haber sido por la capacidad, experiencia y peso político del mediador.

El camino hacia el referéndum queda en principio allanado. Hay una nueva dinámica. Del peligroso estancamiento se pasa al movimiento sobre la base de una serie de acuerdos que conllevan una triple fuerza. La de haber sido: a) aceptados por las dos partes, b) firmados ante Baker, y c) negociados en nombre del secretario general de la ONU, que cuenta con el apoyo del Consejo de Seguridad.

Un mínimo de prudencia es, sin embargo, aconsejable, ya que en todo acuerdo de naturaleza político-diplomática que implica a varios actores habrá siempre problemas en el momento de la aplicación. El grado de complicación de dichos problemas está en una relación directamente proporcional con la mayor o menor voluntad de obstrucción de una u otra parte. A su vez, la mayor o menor inclinación de las partes a obstaculizar estará en una relación inversamente proporcional al menor o mayor grado de despliegue de autoridad, medios y firmeza de las Naciones Unidas.

Los acuerdos logrados, contrariamente a lo que algunos medios insinuaron, no dejaron plantadas «manzanas de discordia». No reemplazan ni modifican la esencia del plan de paz. Lo hacen aplicable. La pregunta del referéndum sigue siendo la misma: independencia del Sáhara Occidental o su integración en la potencia ocupante. De entre los acuerdos, unos resuelven divergencias conocidas, como el espinoso problema de los votantes del referéndum. Otros abarcan campos y temas que podrían ser causa o motivo de divergencias que podrían paralizar de nuevo la aplicación del plan de paz, como es el problema del confinamiento de tropas de las dos partes, el código de conducta, los poderes de la ONU en el periodo transitorio, la presencia de observadores y de los medios de prensa durante dicho periodo... La negociación abordó cada problema concreto, pero dentro de un enfoque global bajo el principio de que "nada está acordado mientras todo no haya sido acordado".

La nueva dinámica que descansa sobre ese trípode de fuerza permite decir que lo que fue imposible durante seis años ya no lo es hoy. Pero el cambio en la perspectiva no fue súbito. Fue el resultado de dos factores y de un análisis realista de la situación. Un nuevo secretario general distinto al anterior. Un mediador de gran envergadura al que resulta difícil decirle no sin convencerle. Y un análisis.

En mayo del año pasado, Butros-Gali decidió arrojar la toalla y retirar a la comisión de identificación del territorio. El proceso quedaba de esta manera paralizado. El diplomático egipcio se apresuró a informar al Consejo de Seguridad de que «las fuerzas de las dos partes se preparaban visiblemente al combate». El retorno de los combates supone el estallido del conflicto, el cual, en términos militares, se dirigiría a una prolongación de la guerra de desgaste o se descarrilaría de una manera provocada o casual hacia un enfrentamiento regional, cuya onda de expansión implicaría, en la terminología del autor de Choque de civilizaciones, al nivel «terciario», a través de la venta de armamento, injerencias contenidas e intervenciones extranjeras.

Es difícil saber si los dirigentes marroquíes habrían retenido algún día esta arriesgada estrategia, cuya finalidad sería complicar el cuadro para complicar la solución. Llevarla a cabo supondría que la luz verde de las grandes potencias habría sido dada. Las consecuencias para la región y para Europa habrían sido imprevisibles si se hubiera desembocado en un conflicto.

En cuanto al primer escenario, tanto saharauis como marroquíes tienen puntos de fuerza y de debilidad de distinta naturaleza que en su enfrentamiento global se dirimirían a corto o medio plazo contra la parte que tendría, además de la legitimación o no internacional, mayores problemas o urgencias socio-políticas internas.

En este contexto, si las fuerzas saharauis no pudieran desgastar a las marroquíes en la intensidad que quisieran, la imposición de una guerra de desgaste afectaría, sin embargo, a las arcas del país en un momento en el que las finanzas y las fuerzas armadas son claves para todo proyecto que sirva para responder a las necesidades de una sociedad de 28 millones de habitantes.

A principios de 1996, la diplomacia marroquí tomó nota de la imposibilidad de implicar a la ONU en un referéndum fraudulento. La opción retenida por este país fue la de continuar implicando a las Naciones Unidas en la protección del alto el fuego desvinculado de un proceso político de aplicación del plan de paz. En otros términos, intentar desgastar al contrario sin ser desgastado. Paralizar el referéndum, culpar a la otra parte de ello y marcar, con el apoyo de la diplomacia francesa, algunos puntos en ciertos países francófonos de África mientras se disfruta de la protección del alto el fuego era algo que no sólo comprometía gravemente a la ONU, sino también absolutamente inaceptable. El punto de vista saharaui fue explicado de manera reiterada a Butros-Gali y al Consejo de Seguridad.

Butros-Gali no volvió a mostrar interés por el tema ante la cercanía del fin de su mandato. Había que esperar a enero de 1997. La llegada de un nuevo secretario general de las Naciones Unidas fue la ocasión para una evaluación en profundidad del tema del Sáhara Occidental. En su primer informe al Consejo de Seguridad, Kofi Annan llega a dos conclusiones. De un lado, la ONU no puede abandonar el territorio y proclamar el fracaso, al igual que en Somalia. De otro, la ONU no puede seguir indefinidamente en el Sáhara Occidental sin un objetivo claro, sin una perspectiva de referéndum, que es la razón de ser de su presencia. Las dos conclusiones configuran aspectos de un dilema shakespeariano. Salir de él requiere una renovada autoridad de la ONU y un mediador de grueso calibre. En este sentido, la decisión del secretario general de nombrar a Baker fue acertada.

Vuelvo a repetir que la prudencia no debe ser abandonada. No todo está definitivamente resuelto, pero el movimiento ha reemplazado a la parálisis anterior. Si el proceso culmina sin mayores problemas, las ventajas de una paz justa e irreversible en el Sáhara Occidental son de una incalculable repercusión positiva, no sólo para el pueblo saharaui, que demostró, desde la dignidad, que merece esa paz, sino también para el Magreb y su vecindad geopolítica. Por este solo objetivo merece el respaldo sincero de todos; de unos más que otros...por la cuenta que les trae este asunto.

Ahmed Bujari es miembro de la delegación negociadora y representante del Frente Polisario en la ONU.


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